viernes, 29 de mayo de 2009

¿Todo bien?

Don Roberto es un norteño típico. Nacido al norte de Tamaulipas y habiendo vivido más de tres décadas en Monterrey, no se podría esperar otra cosa. Su acento es inconfundible y su abierta franqueza es también muy norteña. Me lo encontré hace un par de días. Después de una corta plática, a modo de despedida me dijo:
-No descuide su salud pelao
-No, claro que no don Roberto
-¿Qué edad tienen sus hijos?
-Quince y doce años
-Pos todavía tiene mucha chamba por delante, no puede fallar
-Si, yo lo sé don Roberto
-O qué ¿no quiere llegar a ser abuelo?
-Claro que si, me encantaría
-Bueno, pos entonces no se descuide, no se mal pase pelao
-No, no
-Se lo digo en buen plan, no ande descuidando su salud
-Si yo se y se lo agradezco, hasta luego don Roberto.
Creo que le llaman inteligencia emocional. En ese terreno está claro que soy un verdadero pendejo. ¿Por qué no le pregunté a mi interlocutor en ese momento a qué se debía su aparente preocupación por mi salud? Eso era lo lógico, lo inteligente -emocionalmente hablando- ¿o no? Pero no lo hice. Tenía prisa, fui cortés en lugar de ser asertivo, le di el avión. Y aquí me tienen desde hace 48 horas viéndome al espejo a ver qué carajo fue lo que don Roberto me vio mal como para hacer tales recomendaciones. ¿Estoy más ojeroso?, ¿más gordo?, ¿o quizá más flaco? no, no creo, ¿manchas en la cara? ¡Ya se! cansado, seguro sólo me vio cansado. Pero ¿y si no fue eso?...
Don Roberto será muy franco, pero qué poca madre, esto no se le hace a un hipocondríaco.

Las flores del cerezo


One apple a day keeps the doctor away. Escuché esta frase cuando viví en los Estados Unidos –de Norteamérica-. Cuando la vida me trajo a empujones a la ciudad de México, se volvió una costumbre el que Laura incluyera en mi equipaje una bolsa con cinco manzanas. Y costumbre también se hizo el que me coma una manzana a media mañana en la oficina. Seis años de ese ritual. “La rana” me preguntó un día a que se debía esa afición por las manzanas y me respuesta fue “one apple a day keeps the doctor away”. Me puso de apodo manzana-man y cada mañana, cuando paso frente a su lugar rumbo a la cocineta a lavar mi manzana, lanza su acostumbrado saludo, ¡manzana-man! y de vez en cuando yo le reviro "one apple a day...".
Ayer fui a ver la película “Las flores del cerezo” (título original Kirschblüten Hanami). Una de las primeras líneas de la película, y la frase que más se repite, es justamente “one apple a day…”. Esto me hizo sentir inmediata familiaridad con la película -a pesar de que iba solo, estoy seguro que se dibujó en mi rostro una sonrisa idiota-. Una frase que quizá es la menos relevante en la historia. Una historia de muerte y redención, principalmente. Pero también una historia de amor, una historia del desencuentro entre padres e hijos, una historia con muchas vetas que explotar.
No soy crítico de cine -como si hiciera falta aclararlo-. Sólo tomé un curso de teoría cinematográfica en mis estudios de licenciatura y gracias a ello conozco lo que es un paneo, un travel, un plano secuencia, una cámara subjetiva. En la típica película de Hollywood, las tomas son cada vez más falseadas y siempre con un acabado digital –y en donde el colmo de lo “fake” es la famosa pantalla verde, como en la película “300”-. A diferencia de ello, en “Las flores del cerezo” las tomas más bellas están logradas con una simple toma fija. Una cámara sobre un trípode. Es el regreso a la belleza de la simplicidad. Estéticamente no se puede pedir más. La fotografía de la película es espectacular. Visualmente un deleite. Lo mismo sucede con el guión. No hay palabras de sobra. No hay necesidad de largos y complicados diálogos cuando tienes buenos actores, una gran historia en las manos y una gran directora (Doris Dörrie). Los gestos, los silencios, los movimientos corporales te hacen vibrar.
En el siempre dinámico “top ten” de mis películas favoritas -unas entran, otras van dejando paso a las incorporaciones- “Las flores del cerezo”, por lo pronto, se ha ganado un lugar. Vamos a ver por cuanto tiempo.

miércoles, 27 de mayo de 2009

El cabrón y la santa

La centralización abarca casi todos los ámbitos de la vida de nuestro país. Una de las caras de ese centralismo se expresa en el terreno laboral y, a lo largo de los años, millones de mexicanos hemos emigrado a la ciudad de México debido a este problema. Las oportunidades de trabajo están en el caótico distrito federal. Debería haberlas en nuestro lugar de origen, pero no es así.
En la vida cultural el fenómeno no es diferente. Si eres un creador y quieres existir, las becas, los trabajos, los foros, los contactos, los museos, están en la ciudad de México. Afortunadamente, algunos valientes se resisten a ese gran imán que representa el centro del país y deciden llevar a cabo su labor creativa desde sus lugares de origen. En el terreno literario, el norte de la república tiene varios escritores que están destacando.
Daniel Sada es uno de ellos. Sada nació en Mexicali, Baja California y aunque estudió en la ciudad de México, podemos ubicarlo como un foráneo, tanto a él como a su obra, que tiene como contexto principal el desierto del norte de la República Mexicana.
El genial escritor chileno Roberto Bolaño describió a Sada como un escritor barroco que está revolucionando la literatura mexicana. Las obras más conocidas de Sada son las novelas “Porque parece mentira la verdad nunca se sabe” y “Casi nunca”. Recientemente terminé de leer esta última novela. No me gusta el barroco, pero disfruté mucho la obra y, efectivamente, el estilo de Sada no se parece al de ningún autor mexicano que haya leído.
Hace un par de años, por motivos de trabajo, visité Parras, Coahuila. El viaje en avión a Torreón no tuvo mayor gracia. Pero en el aeropuerto de Torreón me esperaba un auto con chofer de la empresa a la que visitaba. Y durante el viaje de Torreón a Parras el paisaje fue el protagonista. ¡Que paisaje! No es un paisaje hermoso, es un paisaje imponente. A los lados de una carretera todavía en construcción observas enormes valles de tierras áridas. Algunas cadenas de cerros sin vegetación, de poca altura, de filosas cumbres. Es el típico paisaje en donde te imaginas que vas a encontrar un auto averiado con un pasajero del cual sólo queda un esqueleto. Así, como de película. Después de unos minutos te das cuenta de que a pesar de que la carretera es una línea recta interminable, bien podrías estar avanzando en círculos, porque el paisaje es idéntico durante más de dos horas. Sin carreteras, sin mapas o brújulas es un lugar perfecto para perderse.
Finalmente, después de casi tres horas de monotonía, llegas a un oasis que se llama Parras. Al llegar, el paisaje se torna color verde. Se pueden ver árboles, vegetación, ¡un poco de vida! Se pueden ver incluso viñedos, cortesía de casa Madero. Parras es un respiro ante un paisaje que intenta volverte loco. De acuerdo a lo que me explicaba el chofer, Parras está casi a la mitad de camino entre Torreón y Saltillo. Ese es Parras, un oasis entre dos ciudades. Durante poco más de un día que duró mi visita me sentí en el medio de la nada, con todo respeto a la gente de Parras.
La mayor parte de la novela “Casi nunca” se desarrolla en esa zona del país, pero la historia se sitúa a mediados del siglo pasado. Gracias a mi reciente viaje a Parras, la lectura de la novela de Sada resultó vívida, ya que fácilmente pude recrear el contexto, el paisaje, el calor sofocante, la arena, los eternos viajes sobre caminos infames en los que se mueven los personajes. Si para mí resultó toda una aventura este viaje a Parras, en un auto moderno, con aire acondicionado y sobre una carretera decente, recorrer aquellos pueblos de Coahuila en la década de los años cincuenta debe haber sido propio de héroes o de idiotas.
No contaré la trama de la novela "Casi nunca", pero empecé comentando que la obra de Sada es todo menos centralista. La trama es interesante, divertida, y muy provinciana. Me acordé de una plática de orientación sexual en la preparatoria, en la que un sacerdote jesuita, de cuyo nombre no puedo acordarme, nos decía que el típico matrimonio provinciano en México requería de un cabrón y una santa. Bien podría ser este un título alternativo a la gran novela de Daniel Sada.

jueves, 21 de mayo de 2009

Gracias por los versos

“The truth is rarely pure and never simple”
Oscar Wilde

De acuerdo al crítico literario Christopher Domínguez Michael, la obra del escritor Hermann Hesse está inspirada en la adolescencia del ser humano. Típicamente, Hesse se lee en la adolescencia y al releerse te remite nuevamente a esa etapa de la vida. Temática y cronológicamente -como lector- Hesse representa la adolescencia. Evidentemente, estoy simplificando al máximo el interesante texto de Christopher Domínguez, pero ese es el punto.
El día de ayer el canal 22 transmitió una entrevista con Mario Benedetti. La entrevista se llevó a cabo hace unos diez años, la retransmisión fue por razones obvias. El refrán dice algo así como “Si quieres conocer tus defectos, cásate. Si quieres conocer tus virtudes, muérete”. Y si no dice así, así me gusta a mí.
Las preguntas de la entrevista, con un chocante cuidado teatral y un maquillaje perfecto como de diva del cine, corrieron a cargo de Silvia Lemus. Benedetti habló de todo, empezando por la política. Don Mario dijo que aunque en Latinoamérica se habían acabado las dictaduras, esta zona todavía padecía la dictadura del neoliberalismo. Afirmó que aunque, “aparentemente” había democracia en los países de Latinoamérica, en realidad quienes gobernaban la zona eran el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y que nadie había votado por los presidentes de estos organismos. Dijo que los tiempos de esperanza que vivió la zona fueron el triunfo de la revolución cubana y de la revolución sandinista. Todo esto dijo Benedetti, pero bien lo hubiera podido recitar de memoria un estudiante de preparatoria de cualquier universidad pública. La diferencia es que en la fecha de la entrevista Mario Benedetti debió tener cerca de ochenta años de edad.
Antes de finalizar la entrevista, de pronto y sin previo aviso, mi cama se convirtió en máquina del tiempo. Viajé al pasado, a mis años de juventud, de estudiante de preparatoria, a mediados de los años ochenta. Los años de la revolución sandinista, la revolución en El Salvador. Mi educación jesuita hacía sus efectos y me ilusionaba la idea de un mundo mejor. Y si la vía de las armas era la opción, ¡qué mejor! No había opción más romántica, más digna de morir. Reviví mi indignación por el regaño de Karol Wojtyla a Ernesto Cardenal, en público, en pleno Aeropuerto de Nicaragua. En ese significativo acto se acabo mi relación con la iglesia del Vaticano, -la puta de Babilonia, le llama Fernando Vallejo-.
Entonces llegó lo inevitable. Recordé intensamente las páginas de “Primavera con una esquina rota”, de “Gracias por el fuego”. Vinieron a mi mente los versos de decenas de poemas que me enamoraron y que me ayudaron a enamorar. Recordé a Benedetti como el compañero de lucha, como el maestro, como el idealizado escritor. La química cerebral es poderosa, unas lágrimas se asomaron tímidamente en mis ojos. De acuerdo al texto “Instrucciones para llorar” de Julio Cortázar, lo estaba haciendo muy mal, así que me contuve.
Finalmente mi cama aterrizó abruptamente. ¡Vaya viaje! Y sin ayuda de nada. Con el mismo enfoque del texto de Domínguez Michael, me permito establecer que Benedetti es el escritor de la juventud temprana, de la rebeldía, del sueño revolucionario. Leerlo es propio del joven de la preparatoria y de los primeros años de la universidad. Releerlo te llevará irremediablemente a esa etapa de la vida post-adolescente, de sueños de igualdad, de desobediencia ante las figuras de autoridad. La obra literaria de Benedetti no superó la dictadura, no rebasó el exilio, no traspasó la tortura, no evolucionó. De vuelta a la entrevista, cuando Lemus le pregunta en qué está trabajando, Benedetti le responde, en los albores del nuevo milenio, que está escribiendo una novela cuyo personaje es un Uruguayo de clase media en los años setenta, que es apresado y torturado... deja vu. Así que después de Julio Verne y Salgari, vendrá Hesse e inmediatamente después, vendrá Benedetti para el joven lleno de espinillas e ideales y ahí quedará, cada vez más lejos del lector que intenta crecer.
Y está bien, habrá quien vea méritos en la congruencia ideológica del viejo Benedetti, pero yo soy más devoto de la evolución constante, de la duda metódica de toda ideología y creencia. Me hará feliz encontrarme en mi lecho de muerte con la idea de que he vivido equivocado en casi todo y con la convicción de que La Verdad, no existe. Le doy gracias a Benedetti por las palabras que me hicieron soñar y enamorarme. Por prestarme sus versos para acelerar el corazón de la enamorada en turno. Le doy las gracias por las tardes y las noches de apasionada lectura. Pero eso fue hace años, hace muchos años.

martes, 19 de mayo de 2009

No, no es una historia de amor (convencional)

Durante poco más de seis años fui profesor de temas financieros, primero en la Universidad Iberoamericana y después en la UDLA-Puebla. Más allá de las finanzas, yo siempre recomendaba a mis alumnos algunos libros; novelas básicamente. Intentaba, casi siempre en vano, fomentar el hábito de la lectura entre estos jóvenes.
Me parece que entre los doce y los veinte años es la etapa en la que nos hacemos de nuestros vicios, buenos o malos. El cigarro, el alcohol, la lectura, entre otros. De estos tres ejemplos no se cuál de los tres es el mejor, pero yo fomentaba la lectura, aunque estoy consciente de que un lector no es necesariamente mejor persona que un analfabeta. La historia nos ha dado grandes asesinos ilustrados, amantes de la lectura, así como a santos y mártires que apenas sabían leer. Pero así es esto de los vicios. Un alcohólico invita a sus amigos a tomar. Yo invitaba a mis alumnos a leer.
Un semestre me topé con una alumna, que además de ser brillante, académicamente hablando, era una gran lectora. Mis recomendaciones literarias normalmente ya habían sido leídas por mi alumna. El que al final de la clase apuntaba nuevos títulos y nombres de autores era yo. Siempre se aprende más como profesor que como alumno. Algún día, mi alumna me comentó que su libro favorito era “El maestro y Margarita” de Mijaíl Bulgákov –Ucraniano de origen, ciudadano de la Unión Soviética por caprichos de la historia-. Algunos años antes había escuchado sobre este libro, pero era en realidad una obra lejana para mí. No figuraba en absoluto en mi lista de prioridades de lectura. Pero mi alumna me habló con vehemencia de esta obra y su entusiasmó terminó por moverme, de modo que en cuanto pude compré el libro y lo leí.
En general, “El maestro y Margarita” es un libro que no admite medias tintas. Una de dos: dejas la lectura a medias, totalmente aburrido y odiando el libro, ó: terminas rápidamente el libro, en un estado parecido al Síndrome de Stendhal. Para los que quedamos encasillados en la segunda categoría el libro se convierte en una obra de culto. Un libro que siempre invita a releerse, especialmente ciertos capítulos.
Debo decir que el libro no es apto para todo público. El autor, entre otras licencias creativas que se otorga, da una versión muy original de los últimos días de Jesús en la tierra. Para el autor, Jesús no es más que un predicador más del desierto. La conversación de Jesús con Pilatos y el desenlace de esta plática son una pieza importante de la trama del libro -y literariamente una obra de arte-, pero es también una blasfemia. En un planeta con millones de cristianos me parece pertinente hacer esta aclaración, para que nadie se sienta ofendido.
Para terminar de escandalizar a algunos de mis pocos lectores, debo hacer un apunte que hace de puente entre la literatura y la música. Mick Jagger de la banda de música The Rolling Stones escribió la canción “Sympathy for the Devil” después de leer este libro. Yo no soy un fanático de “Los Stones”, pero debo decir que “Sympathy…”, es, junto con “Ruby Tuesday” y “She’s a rainbow”, una de las pocas canciones que me gustan de este grupo.
En una ocasión, en un arranque de frustración, desesperación, o una combinación de ambas, Bulgákov, que sentía el asedio del régimen y padecía la censura como autor, quemó varios capítulos de su novela. Afortunadamente, el autor tuvo el valor de escribirlos nuevamente, casi de memoria un tiempo después. De ahí una de las frases más famosas del libro: “Los manuscritos no arden”. Bulgákov murió en 1940 cuando todavía trabajaba en las últimas correcciones de su obra. “El maestro y Margarita” se publicó como libro completo unos treinta años después de la muerte de Bulgákov, escondida todo este tiempo de las manos de los censores del régimen soviético.
Existen miles de libros y cada lector forja su propia ruta. Que no se tome a recomendación este breve texto salpicado de mi entusiasmo de aprendiz de lector. Es tan sólo una anécdota de vida que felizmente involucra a dos personas y un libro. Por cierto, el nombre de aquella alumna que me habló del libro es Margarita.

viernes, 15 de mayo de 2009

Marlboro Marine


El hombre de la foto se llama James Blake Miller. El hombre detrás de la cámara se llama Luis Sinco. La foto fue un punto de inflexión en la vida de ambos. Esta foto cambió y unió sus vidas en una forma que jamás imaginaron.
Según describe el propio Sinco, reportero de guerra, la foto la tomó después de un asalto en Falluja, Irak, tras la noche de un feroz combate. Luis Sinco pensó muchas veces que esa noche moriría. En algún momento durante el caos de la batalla, Sinco encontró un pequeño refugio y se quedó ahí por el resto de la batalla. Al amanecer el fuego había terminado, el fotógrafo salió de su escondite y se encontró con el Marine.
Miller, estaba totalmente sordo por la metralla de toda la noche, con la cara cubierta de pintura de combate y de sangre propia y ajena, aun sin saber si la batalla había terminado. Pidió un cigarro a Sinco. Mientras Miller empezaba a fumar su cigarro Sinco le tomó la foto.
Esa misma tarde Luis Sinco envió 11 fotografías al periódico para el que trabajaba, la última de esas fotos era la de Miller con su cigarro. La añadió en el último momento, pensó que sus editores no la encontrarían interesante.
Cuando el fotógrafo le llamó a su esposa al otro día por teléfono satelital para informarle que estaba bien, se enteró que la foto del Marine Miller, su foto, había sido la portada de aquel día en más de 150 periódicos a nivel nacional y estaba en todos los noticieros de la televisión. El fotógrafo no conocía ni el nombre de ese muchacho de 20 años al que acababa de convertir en una celebridad y que al mismo tiempo significó un brinco enorme en su carrera profesional como periodista. La foto de Luis Sinco fue finalista en los premio Pulitzer.
Al más puro estilo norteamericáno, el Marine Miller se convirtió en un héroe temporal, mientras los medios de comunicación pudieron "explotar" su historia. El presidente de su país le envió varios paquetes de cigarrillos y miles de ciudadanos le enviaron cartas y regalos. El Pentágono le ofreció regresar a casa. Era un personaje, politícamente hablando, demasiado valioso para dejarlo morir en batalla. Miller no aceptó regresar. Pensaba que era injusto dejar atrás a sus compañeros de batalla. Pensaba que en realidad él no había hecho nada especial. Nada diferente a sus compañeros.
Su lealtad fue pagada no sólo con más sangre y horror, ya que participó en el asalto a Falluja que causó la muerte de 150 soldados y 450 heridos del lado americano, sino con el completo olvido por parte de los medios de comunicación y del pueblo norteamericano. Todos estaban ya sintonizados en la siguiente historia rentable. Miller ya no era noticia. Era solo uno más de miles de jóvenes, de EUA y de Irak, que morían absurdamente, fruto de una mentira montada por los servicios de inteligencia de los Estados Unidos de América.
Miller, de vuelta en casa, padece del síndrome post-trauma de la guerra y se ha convertido en un alcohólico. Una persona en la que nadie confía en su propio pueblo natal. Despreciado por la misma sociedad que por unos días lo convirtió en su héroe.
Y el periodista que cubría una historia en Irak, que sólo cumplía con su trabajo, terminó totalmente inmerso en la historia, en la nota que él mismo creó. Luis Sinco tuvo que cruzar esa línea de la objetividad del periodista y, por humanidad, convertirse en el único amigo de Miller. El amigo que intenta rescatar de la batalla los despojos del Marlboro Marine.
Para los interesados en la historia completa pueden ver el siguiente enlace:

Two lives blurred together by a photo


jueves, 14 de mayo de 2009

¿Qué podrá ser?

¿Qué será lo que corroe mi mente estos últimos días? creo que tiene que ver con el viaje a Happyworld. Difícil vivir con esta sensación de que algo te come vivo. Humm...

miércoles, 13 de mayo de 2009

Plegaria del insomne

El término en inglés es "snap". Parece cerca pero ¿qué tan cerca? Los últimos días son una caída en barrena. No duermo, el cansancio es fuerte, pero el sueño no llega. Vacaciones, ¿no debería estar todo en su lugar? No, ése es el problema. Vivo los días como un condenado a muerte. La ansiedad crece conforme se acerca lo inevitable. "Dead man walking", ¿no es ése el título de una película? ¿Sean Penn, Susan Sarandon? Creo que sí. Que bien me describe en estos momentos.
La ansiedad propia de Adán que ya se ve expulsado del paraíso, en este caso, sin Eva. El destino me tenía guardada una constante repetición de la versión mejorada de este pasaje del Génesis.
Y del mito de Sísifo, claro. El héroe ciego llevando a cabo diligentemente su inútil tarea, una, dos veces, mil veces, toda tu vida. La enorme piedra vuelve a caer al pie de la montaña. Esfuerzo carente de sentido. Albert Camus tiene un buen punto. Sólo hay un problema filosófico fundamental.
Pastilla uno, pastillado dos, pastilla tres... no duermo. El cansancio y la ansiedad pasean de la mano por mi vida, como cómplices despiadadas que juegan con mi mente. Algo suena en mi cabeza como esa larga nota de la canción "A day in the Life", de los Beatles. La nota más larga en la historia de la música.
¿Un "snap"? Creo que no. Algunas ventajas tiene la mediocridad, vivir en el promedio. Ayer fueron dos, quizá esta noche puedan ser cuatro horas de sueño. Joder, ¿cuántos días quedan?

lunes, 11 de mayo de 2009

De vuelta, después de las vueltas

Ya estoy de regreso de Happyworld. Tenía el reto personal con mis hijos de que me subiría a todos los juegos "extremos". Lo logré, sobreviví. Todavía tengo pesadillas por dos o tres de estos "juegos" diseñados por algún enfermo mental, pero cumplí el reto. El mareo va pasando poco a poco, ahora unas cuantas horas de terapia deberán ser suficientes para dejar atrás las secuelas.
En Happyworld pude constatar un par de curiosidades: Los niños más pequeños, menores de 6 ó 7 años, van ahí porque sus papás están seguros de que estas son las vacaciones de ensueño de sus hijos. La realidad es que estos niños viven dos grandes momentos de felicidad durante su día en Happyworld: cuando llegan y cuando se van. El resto del día se les va en padecer juegos que les inspiran temor y en caminar largas horas bajo un calor de 35 grados centígrados y una humedad relativa del 80%. Pude ver un número considerable de niños llorando por todo el parque, no los culpo.
La segunda curiosidad que pude constatar es que en Estados Unidos -de América- si pesas más de cierta cantidad de kilos, algo así como 140 kilos, eres considerado un discapacitado. Ignoro si eres "legalmente" discapacitado, pero todo el trato que recibes es como tal. Entonces, es curioso observar por todos lados a estas grandes personalidades en carritos eléctricos a los que se les da preferencia para subir a autobuses y juegos por el simple hecho de ser unos marranos. Todos los demás, en castigo por cuidar lo que comemos, tenemos que hacer un fila muy larga. Los marranos suben primero al camión, suben primero a los juegos. Y yo me pregunto ¿ya se dieron cuenta que con estos incentivos cada día van a tener más "discapacitados" en Estados Unidos -de América-? Si estos gordos no caminan en todo el día ¿cómo se supone que van a mejorar su situación? Porque apretar un botón del carrito eléctrico no creo que consuma grades cantidades de energía. ¡Y hay que ver cómo comen en el gabacho! En varias ocasiones yo tuve que pedir que me redujeran la porción de lo que me estaban sirviendo. Los azorados meseros me miraban como si les estuviera pidiendo una hermana, pero es que los postres que se supone que son para una persona parecen como para una familia de cuatro. Es fácil entender porque hay tal cantidad de gente obesa.
En fin, creo que queda claro que Happyworld no es mi tipo ideal de vacaciones, está lejos de serlo. Hacer cuarenta minutos en una fila para ver un juego del pedófilo de Peter Pan no es lo mío. Cada vez que veía el lema de Happyworld, escrito por todos lados, "where dreams come true", yo sólo pensaba "yea, right". A mí no se me cumplió ninguno.