Debo el gusto por la lectura
a mi hermano Bernardo. Al menos eso dicen mis recuerdos que, como bien sabemos,
no siempre están apegados a la realidad. Le recuerdo a él, un niño de lentes, con
un libro entre las manos, recostado, leyendo durante las tardes de escuela y
durante vacaciones de verano. Algo bueno tendría que haber ahí para que mi
hermano pasara tanto tiempo dedicado a ello mientras yo pasaba las tardes tras
de una pelota. Dicen que las palabras convencen pero el ejemplo arrastra. Seguramente
yo me acerqué a mí hermano para investigar por ese gusto. Y es muy probable que
tras ese acercamiento yo empezara a leer un libro tras otro de la obra de Julio
Verne, en una bella colección con ilustraciones que había en casa. Un poco más
tarde ya estaba leyendo las novelas policiacas de Agatha Christie. Libros que
iban de las manos de mi hermano Bernardo a mis manos. En la adolescencia y
juventud temprana recuerdo –por encima de algunos más- a dos autores: Herman
Hesse y Gabriel García Márquez. A partir de ahí puedo decir que había nacido un
lector en mí.
Leer es protestar
contra las insuficiencias de la vida, dijo Mario Vargas Llosa en su
en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura. Yo protesto a
diario porque una sola vida no es suficiente para llenar la sed de absoluto. Todos
los lectores, consciente o inconscientemente, estamos en busca de algo. Y en la
búsqueda de ese ‘algo’ inasible vamos,
de libro en libro, serpenteando a lo largo de un camino que desconocemos. Yo
encontré mi camino como lector a través de los libros. Un buen autor siempre te
lleva a otros autores. Pronto te das cuenta que no te alcanzará la vida para
leer todos los libros y los autores que quisieras leer. La historia de los
libros que he leído es parte de mi biografía. Un camino muy personal, periodos
de mi vida en los que he leído poco y etapas en donde he leído con avidez, casi
con ansiedad. Yo y mis circunstancias, diría Ortega y Gasset. Es quizá por ello
que me resulta muy complicado responder a una petición que recibo
constantemente: ‘Recomiéndame un libro’.
En su magnífico ‘Poema de los dones’, el ciego erudito Jorge
Luis Borges, nos dice que Dios, con magnífica ironía, le dio a la vez los
libros y la noche. Hace unos años leí en un diario la historia del colombiano Óscar
Tulio, quien estuvo como rehén de las FARC durante ocho años. Lo único
que lo mantuvo con vida, afirma, fueron los libros que los guerrilleros que lo
cuidaban tuvieron a bien proporcionarle. En su larga noche de ocho años, Óscar
Tulio buscó y encontró en los libros un asidero a la cordura, un motivo para
vivir. Los libros y la noche. Fue también en una cárcel donde Miguel de
Cervantes Saavedra concibió y comenzó la escritura de la novela que se
convirtió en la piedra angular de la literatura en castellano.
A lo largo de la historia
han sido muchos los presos, los rehenes, los esclavos que han sobrevivido
gracias a la lectura o la escritura. Seres humanos quienes privados de su
libertad en selvas, cárceles, hospitales, encuentran en los libros un motivo
para no claudicar; casos en los que leer –o escribir- es sinónimo de vivir. La
noche nos llega a todos, oremos porque, al menos, nos sorprenda en compañía de
los libros.