lunes, 18 de octubre de 2010

Suicidios ejemplares

Un hombre es muchos hombres. Al menos eso dijo José Enrique Rodó. Si esto es cierto yo también soy Enrique Vila-Matas, o viceversa, y su obra literaria no es sólo de él sino de muchos. Y como yo soy un admirador de la obra de Vila-Matas me considero entre esos muchos. En Suicidios ejemplares el autor describe a Lisboa, la ciudad de la saudade, como una ciudad llena de lugares atractivos para dar el salto al vacío. Con su suave prosa nos lleva de la mano a lo alto de las colinas de este puerto; puntos de observación equipados con bancas para que los melancólicos portugueses pasen horas enteras contemplando el océano en busca de sabe dios qué recuerdos. El autor construye sus personajes a partir de este marco lleno de tristezas ligeras. Y por ello su personaje principal nos dice frases como... En esta ciudad tan alejada de la mía hoy desperté llorando sin saber por qué. Cree que llora porque no puede terminar el cuadro con aquel recuerdo de la infancia que tanto le obsesiona. El recuerdo de la mendiga con pies de bailarina, aquella que frente al teatro se dedicaba a susurrar pequeñas historias. Irónicamente, este personaje que llora porque no puede terminar el cuadro que desentraña el misterio de su vida, se dedica al comercio y nunca ha pintado nada. Se dice a sí mismo que la vida se ha quedado por debajo de sus expectativas y camina por Lisboa y sus sitios altos sintiendo y resistiendo la atracción del salto al vacío. Como Fernando Pessoa, un portugués más con la vista puesta en el Atlántico, quien escribe lleno de nostalgia: “Circunscribo a mí la tragedia que es mía. La sufro, pero la sufro de frente, sin metafísica ni sociología". Como para ponerle música y cantarlo en un fado.

martes, 12 de octubre de 2010

Tiempo fuera

Todavía no logro descubrir si finalmente he sanado ó si se trata de todo lo contrario y algo se ha podrido por completo dentro de mí. El caso es que en las últimas semanas no logro leer ni una hora de corrido cuando siento una necesidad urgente de dejar el libro a un lado. ¿De que se trata este nuevo y extraño achaque? Tengo razones para preocuparme. Hace unos días levanté la mirada y me vi a mí mismo en el espejo. Estaba comiendo alegremente bombones cubiertos de chocolate mientras veía en la televisión la serie Glee. ¿Será que, más rápidamente de lo que yo quisiera, estoy envejeciendo? ¿Será que, después de años de ver mala televisión, estoy embruteciendo? ¿O acaso estoy lentamente emputeciendo? Ya tomé algunas medidas al respecto. He renunciado a Glee y he comprado de inmediato la serie Mad Men. Y nada de bombones. Lo propio es un par de cervezas bien frías. Así lo haría Don Draper, ¿no es cierto? Incluso estoy pensando en empezar a fumar. Mis libros seguirán acumulando polvo, pero al menos habrá que comportarse a la altura y guardar el estilo.