jueves, 25 de febrero de 2010

Nightmare

He descuidado tanto mi dieta últimamente que un día de estos voy a reventar como un sapo. Cuando esto suceda, la masa sanguinolenta de casi ochenta kilos impactará el parabrisas de los camiones de carga que circulan sobre Río San Joaquín. Bestias mecánicas de carga cuyos choferes, al frenar con motor sus enormes máquinas, me despiertan sobresaltado todas las madrugadas en medio de un estruendo. La explosión de mi cuerpo provocará tal sorpresa a las bestias, y el impacto visual será tal, que, después de derrapar varios metros, terminaran recostados, máquina y auriga, sobre el pavimento, ahogados en un amasijo de color rojo. Amasijo que seguirá su marcha sobre circuito interior, tomará la calzada Zaragoza y la autopista a Puebla. Subirá a La Malinche para ver desde lo alto a don Gregorio Chino Popocatépetl y a su amante dormida. Bajará corriendo divertido por los arenales, llegará a Puebla y visitará la cancha de tierra del Salesiano, áspera como una lija, y la cancha de pasto de la empresa Magatex, suave como una alfombra. Llegará hasta el Instituto Oriente y en las canchas uno y dos correrá por última vez, y extrañará el aroma a anís de la cancha tres, que ha sido destruida. Quizá visite la UDLA, sus aulas y sus canchas de fútbol. Terminará su camino en algún lugar de Cholula, donde finalmente se sentirá cómodo, este increíble amasijo, como el toro de lidia que muere pegado a las tablas, buscando la querencia.

martes, 23 de febrero de 2010

Grandes comienzos

"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.

"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevo a conocer el hielo".

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo”.

“Yo soy María Carlota de Bélgica, Emperatriz de México y de América. Yo soy María Carlota Amelia, prima de la Reina Victoria de Inglaterra, Gran Maestre de la Cruz de San Carlos y Virreina de las provincias del Lombardovéneto acogidas por la piedad y la clemencia austriacas bajo las alas del águila bicéfala de la Casa de Habsburgo. Yo soy María Carlota Amelia Victoria, hija de Leopoldo Príncipe de Sajonia-Coburgo y Rey de Bélgica, a quien llamaban el Néstor de los Gobernantes y que me sentaba en sus piernas, acariciaba mis cabellos castaños y me decía que yo era la pequeña sílfide del palacio de Laeken. Yo soy María Carlota Amelia Clementina, hija de Luisa María de Orleáns, la reina santa de los ojos azules y la nariz borbona que murió de consunción y de tristeza por el exilio y la muerte de Luis Felipe, mi abuelo, que cuando todavía era Rey de Francia me llenaba el regazo de castañas y la cara de besos en los jardines de la Tullerías. Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, sobrina del Príncipe Joinville y prima del Conde de París, hermana del Duque de Brabante que fue Rey de Bélgica y conquistador del Congo y hermana del Conde de Flandes, cuyos brazos aprendí a bailar, cuando tenía diez años, a la sombra de los espinos en flor”.