jueves, 30 de abril de 2009

Derechos reservados del Canaca

YO: Las cosas están mal en todos lados ¿qué tal si estas vacaciones vamos por aquí cerca y mejor ahorramos un poco?
ELLA: Pero los niños tienen años que quieren ir a Happyworld
YO: Pero ya conocen Happyland, y no es el momento, ¿has visto las noticias, has visto como están las cosas en todo el mundo?
ELLA: Pues sí, pero no compares, Happyworld es mucho mejor y nuestros hijos están justo en la edad para disfrutarlo, después ya no va a tener caso, pero como tú veas.
YO: Bue… hay que hacer cuentas, pero creo que no es el momento.

Unos días después recibo una llamada a mi celular en plena –agitada- jornada laboral; “Ya estoy con la señorita del Castillo de Fierro. El viaje a Happyworld no sale tan caro y además es a doce meses sin intereses. Acuérdate que yo te voy a cooperar. Pero tu dime, he?, como tu digas”. Ante esto, cualquier marido entiende el escenario que tiene ante sí: enfrentas a tu asesino de frente o te tiras al barranco detrás de ti. No se bien a qué se debe, pero la mayoría de los maridos preferimos una lenta y dolorosa muerte.
He aquí que ya estamos haciendo maletas para ir a Happyworld. ¡Qué emoción! Apenas puedo contener las lágrimas. Y cuando la vida te da, te da a manos llenas. No sólo está el dólar por la nubes, también tenemos una pandemia para hacer más divertido e inolvidable el viaje. Ya preparamos pasaportes, visas, cubrebocas, gel desinfectante, todo el paquete. La ventaja es que ya sabemos con anticipación que los agentes de migración de Estados Unidos -de Norteamérica- no nos van a tratar como a cualquier animal, no señor. Nos tratarán como animales de granja, más específicamente ¡como puercos!

miércoles, 29 de abril de 2009

Se busca tutor de Teología 101

¿Qué clase de padre aparta a su hijo del conocimiento de lo que es bueno y malo?, ¿qué clase de padre aparta a su hijo de la ciencia?, ¿qué clase de padre no desea para su hijo la vida eterna?
El día de hoy leí los primeros capítulos del Génesis y me surgieron estas dudas. Según el relato, a sugerencia de una serpiente parlanchina, primero Eva y después Adán, probaron el fruto del árbol de la “ciencia” -según la traducción de la Biblia que yo tengo-, lo cual había sido prohibido por su padre creador.
La sentencia para la descendencia de Adán y Eva no se hizo esperar. Por desobedecer la órden, las mujeres tienen que parir a sus hijos con mucho dolor -no se dice nada sobre hacer trampa con técnicas como la anestecia epidural y la cesárea-. El castigo de los hombres es trabajar como bestias para ganarse el pan con el sudor de su frente. Y a pesar de que los hombres probaron al fruto a sugerencia de Eva, aquí o naces millonario o nada de anestesia. Además de esos castigos para su descendencia, Adán y Eva fueron expulsados del paraíso para que no se les ocurriera probar también del árbol de la vida eterna, que estaba plantado por ahí en algún lugar del paraíso que seguramente la serpiente también se sabía de memoria.
En primer lugar, no encuentro en la descripción de este padre del Génesis al que por años me describireron en las misas a las que asistí, es decir, un padre bueno y misericordioso. Repito, ¿qué clase de padre no quiere un hijo inteligente y sabio?, ¿es un padre bueno y misericordioso el que castiga, no sólo a su hijo, sino a toda su descendencia por desobedecer una órden?
En segundo lugar, por más que lo intento no encuentro la lógica del pecado original. ¿El pecado fue desobedecer una orden? ¿Es ése el origen de que por el sólo hecho de nacer todo ser humano ya sea un pecador? En ese caso lo que el padre del Génesis creó no era un paraíso, era una academia militar y los castigos se aplican a quienes nada tuvieron que ver con el "incidente" original, lo cual no es muy justo que digamos.
Tampoco entiendo de qué tenemos que ser salvados los hijos de Dios. Porque a eso vino Jesús, a salvarnos. ¿Nos van a salvar porque ahora sabemos distinguir el bien del mal?, ¿Nos van a salvar porque la ciencia ha avanzado demasiado gracias a que usamos el cerebro del cual fuimos dotados por el padre creador? Si se suponía que no lo teníamos que usar ¿para qué nos lo dieron?
Y por último, entiendo que Jesús también vino a mostrarnos el camino para la vida eterna. ¡Pero si antes se nos expulsó del paraíso para no tener acceso al árbol de la vida eterna!
Carajo, entre más leo, es peor la cara de idiota que me cargo.

domingo, 26 de abril de 2009

Sin respuestas

Hace alrededor de quinientos años, el polaco Nicolás Copérnico determinó que la tierra no era el centro de nada, sino sólo un planeta más girando alredor de una estrella. Galileo Galilei se encargó de comprobar y desarrollar el trabajo de Copérnico y con la iglesia se topó, don Quixote dixit.
En el siglo XIX Charles Darwin armó el rompecabezas de la evolución y determinó que el hombre es sólo un animal. Conociendo a varios "ejemplares" cercanos he llegado a pensar que no hacía falta tanto trabajo para llegar a esa conclusión. Pero Darwin lo hizo metódicamente y con bases científicas y nos clasificó como un primate, el primate más evolucionado, pero primate al fin.
Más recientemente, la genética ha demostrado que compartimos el 99% de nuestro código genético con los chimpancés. Pero no vayamos muy lejos; el ser humano es un tetrápodo pentadáctilo, así que aún con un "simple" geco compartimos un buen porcentaje del código genético. No suena muy halagador pero la mascota de la casa, un pequeño lagarto, es nuestro primo segundo. Desde un punto de vista evolutivo, el ser humano es bastante arcaico; una columna vertebral, clavículas y cuatro extremidades, cada una con cinco dedos. El mismo diseño que tenían desde hace trescientos millones de años las salamandras y algunos otros saurios. Algún tipo de "accidente" hizo que los anfibios perdieran la carrera evolutiva y que otro tipo de vertebrados resultáramos beneficiados.
Apenas en 1929, hace menos de un siglo, Edwin Hubble descubrió que la vía láctea no es más que una entre miles de millones de galaxias. Y demostró también que el universo se expande. El trabajo de Hubble fue el pilar de la teoría del Bing Bang. Es decir, nuestro planeta gira alrededor de una estrella muy pequeña, la cual sólo es una entre miles de millones de estrellas de la vía láctea, la cual no es nada más que una galaxia entre millones de galaxias. Nuestro planeta Tierra está situado "in the middle of nowhere" y no es más que un minúsculo grano de arena en el universo.
Con excepción de algunas precisiones en el campo de la genética y la astronomía, toda esta información ya era disponible a principios del siglo XX. Con el primer golpe propinado por Copérnico, el segundo por Darwin -y quizá el tercero por Freud-, en el siglo pasado cobraron relevancia pensadores como Nietzsche y su frase "Dios ha muerto" y años más tarde, Jean Paul Sartre con su libro "El ser y la nada". No fue difícil el éxito del existencialismo en el siglo XX teniendo a la mano los descubrimientos en el campo de la astronomía y los avances de la biología evolutiva. Sin embargo, hoy día algunos de los físicos teóricos y astrónomos más renombrados se dicen creyentes. Algunas de las personas más brillantes del planeta, aquellas que se encargan de ir uniendo el rompecabezas del universo, creen en un ser superior. Por supuesto, también hay otros muchos científicos brillantes que no son creyentes, pero para mí, y quizá sólo para mí, lo llamativo del caso es que entre quienes hoy día se encargan de desarrollar el trabajo científico de vanguardia en el planeta existan creyentes.
Todo este rollo fue en realidad para poder preguntar a gusto: ¿Podemos afirmar o negar que la vida tiene sentido hoy día?, ¿podemos hablar y escribir del sentido o el sinsentido de la vida del ser humano si no conocemos el rompecabezas completo? Es decir, filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles desarrollaron todo un sistema de pensamiento con información muy limitada. la información científica disponible en aquel entonces era casi nula. Nietzche y Sartré disponían de mucha más información científica que los filósofos griegos y su trabajo es resultado de ese nuevo contexto histórico. Su trabajo no coincide en casi nada con el trabajo de Platón, por ejemplo. Ahora bien ¿qué pensará un filósofo sobre el sentido de la vida en dos mil años en el futuro?, ¿tendrá su trabajo líneas en común con Aristóteles, con Nietzsche o Sartré? Lo dudo mucho, pero no lo sabremos. No el día de hoy. Al final, tal y como lo afirma Jostein Gaarder, seguimos siendo incapaces de entender lo que somos. El gran enigma sin resolver.

jueves, 23 de abril de 2009

El primer encuentro

Lo reitero; a mí me gustan los libros que muerden (palabras de Kafka). Esta vez encontré en Sándor Márai a un gran escritor y en su novela “El último encuentro” uno de estos libros que dejan cicatrices interiores. Tengo la sensación de que en mi vida llego tarde a todos lados, pero eventualmente voy llegando. No hablo de puntualidad, tema en el que puedo ser obsesivo, sino de un más amplia dimensión de la vida. Sándro Márai ya debe estar en las bibliotecas de los conocedores, pero en mi caso, Sándor y yo hemos tenido apenas nuestro primer encuentro. Ahora habrá que hacerle un espacio en mi muy limitada colección de libros.
Y como en los mercados de México, les doy “la probadita” para que se animen a leer "El último encuentro" del maestro Márai.

Sobre el amor y la fidelidad:
"¿Qué significa la fidelidad, qué esperamos de la persona a quien amamos?... ¿Exigir fidelidad no sería acaso un grado extremo de la egolatría, del egoísmo y de la vanidad, como la mayoría de los asuntos y los deseos de los seres humanos? Cuando exigimos a alguien fidelidad, ¿es acaso nuestro propósito que la otra persona sea feliz? Y si la otra persona no es feliz en la sutil esclavitud de la fidelidad, ¿amamos a la persona a la que se la exigimos? Y si no amamos a esa persona ni la hacemos feliz, ¿tenemos derecho a exigirle fidelidad y sacrificio?"

Sobre la vejez:
"...Y que un hombre no es más que un hombre, un pobre desgraciado, nada más, un ser mortal, haga lo que haga…Un día te despiertas y te frotas los ojos, y ya no sabes para qué te has despertado. Lo que el nuevo día traiga, ya lo conoces de antemano: la primavera, el invierno, los paisajes, el clima, el orden de la vida. Ya no puede ocurrirte nada imprevisto: no te sorprende ni lo inesperado, ni lo inusual, ni siquiera lo horrendo, porque ya conoces todas las posibilidades, ya lo tienes todo visto y calculado, ya no esperas nada, ni lo bueno, ni lo malo."

martes, 14 de abril de 2009

Los libros y la noche

Se llama Degeneración Macular. No está asociada con padecimientos como la Diabetes ni la presión alta, es más bien un defecto en el código genético de quien la padece, un defecto hereditario. Esta degeneración de la mácula del ojo te va dejando ciego, poco a poco, irremediablemente. No hay cura conocida para este mal, tan sólo algunas terapias que van haciendo más lento lo inevitable: la ceguera.
A mi madre le diagnosticaron este mal hace unos ocho años, si mal no recuerdo. Hoy día ya no puede leer, reconoce con dificultad los rostros, necesita ayuda en tareas que siempre hizo ella misma sin ningún problema. Sin embargo, nunca he escuchado a mi madre quejarse amargamente por este mal y mucho menos decir una maldición por su ceguera. Maldecir su lento camino hacia la noche, lo menos que se merecería la vida, el destino, la genética o Dios por joderla de este modo.
Hace años, cuando empezaba a hacer estragos esta enfermedad en sus ojos, me dijo que lo que más le dolía de perder la vista era el hecho de no poder leer nunca más. Cuando le platiqué el caso de Jorge Luis Borges, que siendo director de la Biblioteca Nacional de Argentina se quedó ciego, un ciego en un laberinto de libros, y le recité las primeras cuatro líneas del “Poema de los Dones”, me dijo emocionada “escríbelo para mí, me lo imprimes con letra bien grande y me lo das, por favor”. Seguí al pie de la letra sus instrucciones y le entregué el poema. Supongo que lo guarda en algún lugar de fácil acceso. Un viejo papel con un poema cada vez más inmediato a su memoria y cada día más lejos de su vista.

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche

lunes, 6 de abril de 2009

Hijos de la estridencia

¿En qué misterioso rincón del alma del mexicano se esconde el gusto por la estridencia? ¿Podrá algún día la ciencia decirnos cómo atacar un mal social tan arraigado en México? ¿Qué podemos hacer para bajarle el volumen al país?
En las fiestas de los pueblos se gastan miles de pesos en cohetes. Alguien me comentó hace poco tiempo que la gente de la comunidad donde vive se gasta en promedio doscientos mil pesos en cohetes para su fiesta anual. Pero además de esa fiesta mayor hay más de veinte “fiestas menores” a lo largo del año y el protagonista principal en todas éstas es la estridencia, el tronar de los cohetes. Con ese dinero se podría establecer un dispensario médico, poner piso de cemento a las muchas casas que todavía no lo tienen, iniciar un proyecto productivo comunitario. Pero el pueblo prefiere la estridencia, Los cohetes antes que vivir mejor. Y los cohetes se abren camino todo el año. Quienes vivimos cerca de comunidades semi-rurales como Cholula, padecemos esta rara afición casi cada fin de semana. Miles de pesos que alcanzan altos decibeles al quemarse en las alturas. Un tormento sin sentido.
Los comercios que buscan atraer más clientes, echan mano de la estridencia. Un par de enormes bocinas afuera del local, un par de “edecarnes”, y música a un volumen insoportable. La fórmula perfecta para alejarme a mí lo más posible del lugar, pero la estrategia parece funcionar con el mexicano promedio porque cada vez son más comercios los que recurren a esta escandalosa táctica. La estridencia suple a la estrategia, a la creatividad, a la mercadotecnia.
Las estaciones de radio algún día, no hace mucho tiempo, decidieron colaborar con la contaminación auditiva. Algún genio mestizo instaló una bocina gigante en una camioneta que con el logotipo de la estación radiofónica se pasea lentamente por las calles más concurridas de la ciudad en sintonía con dicha estación. Cualquier automovilista que queda atrapado en un semáforo junto a esta camioneta tiene que cerrar los vidrios de su auto, so pena de sufrir sordera parcial o total por un buen tiempo.
Las bodas, quinceaños o bailongos de fin de semana, son otro ejemplo. El volumen al que se toca la música para amenizar parece destinado a amenazar, es simplemente desproporcionado. Si asistes a la fiesta y te toca en suerte sentarte en una mesa que está cerca de una bocina es imposible platicar con tus compañeros de mesa. Algún atrevido intentará hacer plática y en unos minutos descubrirá que está afónico. En la casa de Cholula, las noches del fin de semana podemos oír la música de los bailes populares en Santiago Momoxpan. En realidad, la música se escucha como si la fiesta estuviera en el jardín de la casa, siendo que está por lo menos a un par de kilómetros.
El transporte público hace su parte. Las peseras en la ciudad de México parecen verdaderas discotecas ambulantes. Las utilicé como medio de transporte durante casi dos años en la ciudad de México y la experiencia fue abominable. Al calor y los apretones había que sumarle una música de pésima calidad a un volumen como para torturar prisioneros.
Las transmisiones del fútbol mexicano son estridentes. El nivel del juego en nuestro país es bastante malo, pero eso no es impedimento para que los cronistas griten desaforados buena parte del tiempo. “¿Qué le pasó a Cabañas señor Martinolli?” a grito pelado. Martinolli y Rosique se gritan el uno al otro. Tienen la instrucción precisa de gritar la mayor parte del tiempo, al parecer eso funciona para el rating. Un par de gritones que narran un espectáculo mediocre, espejo involuntario de lo que es la vida en México.
En buena medida este es un problema de educación, es un reflejo de la falta de respeto que tenemos los mexicanos hacia los demás. Del barroco, estridencia visual, hemos llegado a la banda, el mariachi, la cumbia a decibeles intolerables al oído humano. Parafraseando a Zavalita, personaje de “Conversación en la Catedral” de Mario Vargas Llosa, ¿en qué momento se nos jodió el buen gusto? ¿o será que simplemente, tras años de estridencia, ya se nos jodió el oído?