jueves, 26 de marzo de 2009

Inventario parcial

Recuerdo las tradicionales comidas de los domingos en casa de los abuelos. Recuerdo a la abuela, Jovita Amalia Morales, siempre de prisa, caminando de un lado a otro para atender a todo aquel a su alrededor. Recuerdo “las tortillas de la abuela”. Tortilla casi convertida en totopo, con frijoles, una mágica salsa roja y queso, simplicidad que sabía a gloria. Recuerdo a la abuela que solía llorar cuando mi madre platicaba orgullosa el logro de alguno de nosotros, nietos de "la abuela Joroba". Un llanto fácil, un llanto de alegría y orgullo por los suyos, un breve llanto que volvía solemne esos momentos. Recuerdo a la abuela, contestando el fuego imaginario que un par de nietos le disparábamos desde un fortín construido en plena sala con cojines y almohadas. Nosotros apaches y ella sheriff del lugar, disparando con su mano, convertida en una pistola, cada vez que pasaba de la cocina a alguna de las recámaras. La abuela se las arreglaba para atender al abuelo -y a un par de hijos enfermos-, mientras jugaba con sus nietos. La recuerdo lavando ropa, tomando agua de una pileta, que con mi tamaño me parecía casi una alberca, y a la cual me asomaba para intentar ver el fondo. Recuerdo que recibía siempre su misma advertencia “ten cuidado porque ahí se me cayó una vez tu tío Héctor”. La recuerdo dando el catecismo a un gran grupo de niños, a mí mismo, los sábados por la tarde, preparándonos para la primera comunión. La abuela, que apenas tenía tiempo para ella misma, encontraba el tiempo para darlo a los demás. La recuerdo regalando a cada nieto unas monedas en navidad, las cuales tomábamos de un Nacimiento que cada año era más pequeño -o quizá así me parecía porque cada año yo era más grande-. La abuela, que apenas tenía para ella misma, encontraba el dinero para darlo a los demás. La recuerdo tocando en un viejo piano "Torna a Sorrento" acompañada del violín del tío Salvador; un recuerdo musical que todavía me eriza la piel. La recuerdo, en las sobremesas de las tradicionales comidas de los domingos en su casa, pidiendo anticipadamente perdón a sus hijos y dando instrucciones para su entierro. Recuerdo a los mariachis, tocando “El son de la negra” mientras la enterraban, tal y como ella lo pidió.
Recuerdo al abuelo, Emmanuel Calva, fumando un aromático puro después de comer, platicando anécdotas que denotaban su admiración por “Don Maximino”. Lo recuerdo contando grandes batallas en las que siempre el portentoso y disciplinado ejército alemán vencía al ejército americano. La serie de televisión "Combate" eran sólo mentiras, decía mi abuelo. El abuelo, incapaz de matar una mosca, con alma de niño, no era partidario de la corrupción ni de los asesinatos a sangre fría. Pero era, sin duda, un admirador de la disciplina, del orden, de la mano dura. Lo sé porque yo me reconozco en él.
Lo recuerdo sentado en la sala de esa casa ante el televisor en blanco y negro, viendo la corrida de toros de la Plaza México, con la narración de Pepe Alameda y Paco Malgesto. Gracias a él aprendí lo básico de la fiesta brava, aprendí que el verdadero aficionado debe saber de toros, más que de toreros. Lo recuerdo riendo a pierna suelta, a carcajadas, mientras veía una película de Cantinflas. Recuerdo haber reído junto con él, más por el contagio de su gozo que por lo que yo entendía de la película. Recuerdo al abuelo trabajando en su taller, ahí mismo en un cuarto en el patio de la casa, con su tornos y herramientas que a mí me parecían juguetes maravillosos. Recuerdo una segueta convertida en rifle, diseñado y fabricado por él, hecho con sus manos y con ayuda de sus máquinas. Lo recuerdo disparando el rifle en el patio de su casa, rodeado por algunos de sus nietos, con su guardia zurda, elegante, y recuerdo una botella de cristal estallando con el disparo. Lo recuerdo alegre, en paz con la vida, sin complicaciones. No recuerdo su entierro porque no pude asistir, pero sé que se fue de esta vida tal y como vivió. Discretamente, sin estridencias.
Mis abuelos maternos tuvieron una presencia constante, intensa, durante mi infancia, mi adolescencia y parte de mi vida de adulto. Me gusta sentir que lo que soy, en buena medida, es un reflejo de ellos, aunque no puedo decir si esto es cierto. Los abuelos educan sin proponérselo a los nietos. Los regaños y sermones los proporcionan los padres, los abuelos sólo te dejan asomarte a sus vidas y te guiñan un ojo. El que quiere y puede toma nota y recuerda… siempre recuerda.

5 comentarios:

  1. A mí ya no me tocó jugar con ellos, pero todavía me tocaron otras cosas, como pasar ratos en el taller, o comer las "tortillas de la abuela" que, paradójicamente, no tenían abuela.

    Creo que los Lopezculpas (y los papás, si alguien se los enseña) van a disfrutar mucho este texto. Buen trabajo. Gracias por los recuerdos.

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  2. Gracias Gabo. Además de padrino oficial y corrector de "typos" de este blog, tus comentarios siempre lo enriquecen. Gracias por la constante retroalimentación.
    Un abrazo

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  3. hey apenas me enterè de estos maravillosos escritos, ya sabia que tengo sobrinos con varios dones entre ellos el de escribir, gracias por recordarme a mi tambien aquellos dias en los que se iban a dormir a la `casa, eran felices durmiendo todos en colchonetas en la sala, yo tambien comparti con uds muchas muchas cosas,gracias por esta tarde deliciosa leyendote y conociendo un poco mas de ti, no recuerdo en que momento dejamos de ser como hermanos siempre andaba yo con uds en sus viajes me llevaban tus papàs y recuerdo mucho cuando los contaban al entrar a algun lugar a comer y tu mamà me jalaba para atras y decia esta es mi hermana jajaja como si una menos fuera gran cosa no crees.
    te felicito porque de verdad escribes genial, continua haciendolo para que yo pueda seguir disfrutandolo gracias y agradesco a la persona que me lo dijo.
    un beso sobrino te quiero aunque no nos veamos ni nos frecuentamos mucho . y mil gracias por recordarme en esta tarde lluviosa a mis papàs y lo maravillosos que fueron un beso

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  4. No pusiste tu nombre pero estoy casi seguro que eres la tia Lupita, porque siendo la más joven de las tías, varias veces te habrás "colado" con nosotros como una hermana más.
    Gracias por tu comentario. Me motiva mucho a seguir escribiendo. Aunque uno escribe para lidiar con sus propios fantasmas, siempre es agradable que alguien aprecie tu trabajo.
    Un beso y un abrazo.

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  5. Las tortillas de la abuela eran simplemente geniales... Esa mágica salsa roja, creo que nunca volveré a probar nada ni siquiera parecido... Por alguna razón ya no recordaba la pileta y las escaleras para subir a la azotea de la casa... Pobre abuela, mi hermano Emmanuel y yo jugábamos fútbol cada fin de semana y terminábamos invariablemente destruyendo alguna de sus rosas que con tanto amor cuidaba, pero el amor por nosotros siempre fue mucho más grande. Recuerdo el taller del abuelo y su alegría con las películas de cantinflas y sus historias del ejército alemán... Recuerdo a la abuela cocinando en su silla-periquera blanca, picando algo de verdura o fruta... Aun tengo en la cartera su última nota hacia mí, aquella que acompañó a una moneda de 5 pesos de cumpleaños. En aquel momento la nota que dice: "del Abuelo y la abuela" no significó mucho, pero hoy es grandioso tener su letra conmigo. Recuerdo que me preguntó: "¿como irán a ser tus hijas?" 2 veces antes de morir, una alrededor de 3 semanas antes y otra una semana antes, creo que ya lo presentía, lo decía muy resignada. Recuerdo el "Son de la negra", recuerdo mis palabras en su velorio e insisto: Ojala yo tuviera la mitad de la fuerza de mi abuela... nada me detendría.

    Gracias Pablo

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