martes, 17 de marzo de 2009

Los buenos lectores

Amos Oz, en realidad Amos Klausner, narra en su magnífico libro “Una historia de amor y oscuridad” la historia de su familia judía, desde las décadas finales de la diáspora hasta la fundación del estado Israelí. En lo profundo de este mar agitado de casi mil páginas hay una perla semi oculta. Un breve capítulo que enconchado espera ser descubierto por el lector y que se aparta de la trama del libro; un capítulo en el cual el autor hace un análisis sobre la literatura, estableciendo una distinción entre “el buen lector” con respecto al “mal lector”.
Describe Amos Oz que "el mal lector" busca con ansia en cualquier obra literaria qué sucedió realmente, quién está detrás del personaje principal, qué tanto de “autobiográfico” tiene el relato. El mal lector investido de periodista le preguntó alguna vez en televisión a Nabokov: “profesor, díganos por favor, ¿realmente le gustan tanto las jovencitas?”.
El mal lector se queda con la historia detrás del relato. Quiere los detalles de lo que ha sucedido en la vida del escritor para poder atar cabos, para armar vidas privadas en su cabeza; se rebaja al nivel de un periodista morboso; se ubica cómoda y mediocremente en el espacio entre la obra y el escritor.
En contraste, el autor nos dice que “el espacio que el buen lector prefiere labrar durante la lectura de una obra literaria no es el terreno que está entre lo escrito y el escritor sino entre lo escrito y tú mismo”. El buen lector no se pregunta si Dostoievski era en realidad un asesino de ancianas. Lo que hace el buen lector es intentar ponerse en el lugar de Raskolnikov para sentir dentro de sí el terror, la desesperación, la mezcla de miseria y arrogancia, la soledad, el cansancio y la añoranza de la muerte. “Un ejercicio que no es para comparar al personaje con los escándalos en la vida del escritor, sino para compararlo contigo, con tu yo secreto, loco, criminal, el cual encierras en lo más profundo de tu ser”.
Cuando un buen lector lee la historia de Raskolnikov, puede introducirlo en sus sótanos y compararlo con sus propios monstruos interiores. Dice Oz, “así podrá Raskolnikov endulzar algo la vergüenza y la soledad de la mazmorra a la que todos nos esforzamos en condenar a nuestro prisionero interior de por vida. Así los libros se apiadan de ti por la tragedia de tus abominables secretos”.
En conclusión, si eres un buen lector, cuando leas a Dostoievski, a Kafka, a Camus, entre otros, no voltees a ver al autor, voltea dentro de ti y obsérvate en el espejo que te presentan los personajes. La recomendación final de Amos Oz da un poco de escalofrío: "Lo que encuentres puedes guardártelo para ti mismo".

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