miércoles, 17 de marzo de 2010

El tambor de hojalata

Al igual que Harry Potter, el pequeño Oscar Matzerath hace magia. Magia con su tambor de hoja platinada con el cual evoca el pasado y hace llorar a la gente. Magia con su voz. Voz “vitricida” que resulta un don tan extraño como maravilloso. Una herramienta que Oscar aprende a utilizar para elevarla al nivel de un verdadero arte.
Harry Potter, el personaje de Joanne Rowling, no es un Dursley, no es un simple muggle, a pesar de vivir con esta familia. Harry está un escalón -quizá varios escalones- por encima de un Dursley. Harry es un orgulloso Potter. De igual forma, Oscar no es hijo de Alfred Matzerath. Oscar es un Bronski, al menos eso es algo de lo que Oscar está seguro. Sus bellos ojos azules así lo confirman. Oscar es un Bronslki, y es, además, un orgulloso Koljaiczek antes que un Matzerath. Pero la vida lo condena a vivir con una padastro que le hereda el apellido Matzerath.
Cualquier adolescente se siente identificado con esta situación. La búsqueda de la individualidad que te lleva a sentir que no eres más parte de la familia que te vio crecer. Los primeros ensayos con tus alas para dejar el nido y para empezar una vida propia. Saber que con esos retoños de alas se puede hacer magia, que ahora eres indestructible y que, a pesar de que nadie te comprende, algún día todos sentirán admiración por tí.

Sin embargo, los jóvenes que leen con avidez a Harry Potter no leen después a Günter Grass. Vamos, no leen a Julio Verne, no leen a Emilio Salgari, ni a Dickens. No leen a Robert Louis Stevenson, ni a Agatha Christie ni a Swift. Esto es extraño. Extraño y triste. Ningún experto se explica este fenómeno, pero es así. El pequeño Oscar Matzerath sigue buscando sus lectores al compás de su tambor de hojalata.

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