martes, 1 de marzo de 2011

Los demasiados viajes

Soy un viajero frecuente. No hay nada glamuroso en ello. Mis viajes transcurren por tierra y, por tanto, no frecuento elegantes aeropuertos internacionales poblados de gente cosmopolita, sino grises estaciones de autobús llenas de resignados oficinistas y migrantes melancólicos. Tengo un problema con estos viajes. Son ellos, los viajes rutinarios, los que alimentan mi intolerancia y mi neurosis. Odio al predicador de banqueta que me entrega un papel y me hace saber, a gritos, que Jesús me ama, con la actitud de quien hace un reclamo, no de quien anuncia una buena nueva. Odio a la señora gorda que ¡por supuesto! en un autobús con 44 lugares compra exactamente el lugar que va a mi lado. Debe ser una prueba más de que Jesús me ama. Odio sus 150 kilos de peso, odio el que no deje de comer desde que, con mucha dificultad, se acomodó en su asiento, junto a mí. Tengo miedo de que al terminar su vasto arsenal de alimentos empiece a comerme a mí. De hecho, por varios minutos me observa descaradamente. Estoy seguro que se pregunta si tendré buen sabor. Junto a ella me veo idéntico al pequeño hombre del subterráneo de la caricatura de Quino. Odio al niño de brazos que llora todo el camino. Odio este trayecto de casi tres horas en una posición incómoda gracias a que la gorda ocupa un asiento y medio. Odio la espera de veinte minutos para que me entreguen mi equipaje. Toda esta gente viaja llena de maletas, las cuales son de un volumen y un peso que apenas pueden arrastrar. Odio a este gente que parece que se muda de casa cada vez que se sube al autobús. La estupidez humana se mide por el número de maletas con las que se viaja. Yo viajo con una sola maleta, soy un estúpido promedio. Pero esta gente ¿qué piensa esta gente? Mi neurosis, mi intolerancia hacia el prójimo, esas sí están peligrosamente por encima de promedio... y estos viajes que no cesan.

1 comentario:

  1. Gracias Pablo por escribir, yo también soy de tus lectoras asiduas,y no escribo por no decir una tontera, pero me encanta leerte y como te dijeron ya, cuando seas famoso acuerdate de uno jajaja, la paciencia al prójimo se acaba cuando la rutina predomina ¿cómo reinventarse? tu tia Tere

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