martes, 1 de septiembre de 2009

Con la vista en el cielo

Camino por la calle desierta, todavía a oscuras. Busco un taxi. Mientras camino me acompaña un avión. Entra por el norte de la ciudad, procedente de no se dónde. Pasa volando justo arriba de mí, en la misma dirección en la que yo voy caminando.
Es el mismo avión de todas las mañanas. ¿Cómo lo sé? No lo sé con certeza, pero es un Airbus A330, la misma línea aérea, la misma hora (6:50 a.m.). Corrijo; podría apostar que se trata del mismo avión. Sigo a mi avión con la mirada, con la fascinación de un niño, con una sorpresa casi primitiva por ese objeto en el cielo. ¿De dónde me viene el gusto por los aviones?
Como en muchos de los asuntos en mi vida, no sé la respuesta. No sé de dónde viene, pero contemplar mi avión durante unos segundos es una buena forma de empezar el día. Mi avión se pierde lentamente dando un estético giro a la izquierda en su aproximación final, con la que termina su largo viaje. Yo me pierdo en la cabina de un sucio taxi y comienzo el mío.

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